jueves, 22 de noviembre de 2007

La línea azul


Todos los días a las 7.00 am levantados. Todos los días a la misma hora ya no suena el despertador sino el teléfono móvil. Todos los días a la misma hora me empeño en reproducir y fabricar este mundo que me limita y me abre ventanas y puertas. Entre mi puerta y la puerta está el calor. Entre la puerta y la puerta está lo trazado y lo conocido en el afán de las personas -en las velocidades de sus cuerpos y en el esmero del objetivo a conseguir- o la deriva de quien ya no los tiene y simplemente vá. En la puerta y después del paso obligatorio ella va y se sienta. Se sienta por fuera de la línea azul y es corregida. Tiene un mes- tenemos- de persistentes correcciones, en la hora precisa y en el espacio preciso. A la misma hora, los tres caminan como cuerpos coordinados. Hoy se ha sentado sobre la línea azul, me da alegría, pero también una profunda tristeza.
Las ventanas parten nuestros cuerpos y dividen nuestros rostros en pequeños cuadritos, en el que los ojos se asoman, otra vez como entre ventanas, brillantes y derritiendose en el frío, con las manos en el aire se despiden, los besos vuelan, se delizan desde la palma de nuestras manos hasta sus pequeños rostros, nos hemos quedado allí, hasta el final de este ritual diario y de sentimientos encontrados, que se cierra cuando la puerta se cierra. Algunos vemos como vuelan, algunos vemos como en el acto de volar, también son recortadas sus alas. La línea azul la esta esperando. Y yo espero, para ver como es pintada en mil colores, transformada en un bello óvalo o en cualquier forma inimaginable.

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